Pamela murió el lunes; Roxana, cuando empezaba la noche del miércoles. Andrea está en terapia intensiva, su estado es muy reservado, tiene 75 por ciento de su cuerpo quemado. Sofía se está recuperando, internada, pero con buen pronóstico. A las cuatro las prendieron fuego por lesbianas. Porque molestaban cuatro mujeres en el mismo cuarto de pensión, un hotel familiar de 20 habitaciones en tres pisos, baños y cocina compartidos.

Sucedió de madrugada, en el barrio de Barracas. El agresor fue eficiente y letal, ni siquiera la cama se quemó del todo en una habitación de dieciséis metros cuadrados llena de las cosas de cuatro amigas, una pequeña comunidad que se las arreglaba para sostener la vida en esta crisis cada vez más asfixiante.

Lo que vio el primer testigo cerca de la una de la mañana fue a Pamela y a Roxana correr hacia el baño, los cuerpos en llamas, los rostros ya desfigurados. Atinó a tirarles una toalla seca, para apagarlas. En el piso quedaron retazos de tela encendidos. El agresor forcejeaba con Sofía, intentaba tirarla sobre esa hoguera. Insistía en matar. En la media conciencia de un ardor que las quemaba, Roxana y Pamela se metieron bajo la ducha; Andrea ya estaba en el baño. Dice el vecino que vive en el cuarto frente a ellas que los bomberos llegaron enseguida. Barrientos se arañaba el cuello con una pequeña sierra casera.

Las quemaron por lesbianas. El fuego no solo tiene el potencial de quitar la vida, destruye el cuerpo, elimina los rastros de toda humanidad. Un cuerpo quemado se vuelve irreconocible. El cuerpo de una lesbiana, de cuatro, quemados, son cuerpos ajusticiados, disciplinados, cuerpos deformados para que aprendan. Por lesbianas.

Que eran lesbianas se sabía, apareció en los relatos fragmentados de los vecinos que apenas ocuparon espacio en los programas de televisión. No se agolparon los medios en la puerta del hotel al día siguiente después de un cuádruple intento de asesinato -ya lo había logrado en el caso de Pamela- con esa saña ignífuga. El canal de noticias TN tituló a la mañana del martes: “Una pelea entre vecinos terminó en incendio”. Ese mismo día, cuando el periodista Ernesto Tenembaum hizo su editorial en Radio con vos, recogiendo la incomodidad e incluso el dolor que había producido en muchas personas Lgbtiq+ su larguísima entrevista con Nicolás Márquez, biográfo de Javier Milei y violentamente discriminatorio contra las identidades de la disidencia sexual, no se refirió al hecho de Barracas. Un hecho de extrema crueldad, un crimen de odio. No se puede decir que los discursos de odio tienen un efecto directo sobre los crímenes, pero sí que son esos discursos los que susurran en el oído de los perpetradores, los que de alguna manera los avalan. Personas que valen menos, que quitan recursos “a los argentinos de bien” -es lo que dijo en Davos Javier Milei cuando se refirió a los feminismos y los “lobbys” lgbt, “lobbys” que “inventaron” la palabra homofobia, según su amigo y biógrafo- ¿por qué no podrían ser eliminadas? 

Rosa, la dueña del hotel donde sucedió el ataque, conmovida.

El miércoles a la noche, en la Feria del Libro, después de asistir a la presentación del libro de poemas de Sabrina Sirenfrost, Transvianismo, cuerpo y mutilación, más de un centenar de personas disidentes sexuales -a las que se fueron sumando asistentes espontánexs- caminaron con carteles por los pabellones hasta acercarse a la sala casi vacía donde Márquez presentaba su biografía de Milei. Gritaron: “No era libertad, era odio”. Sabrina es la integrante de la agrupación HIJOS, una persona trans y lesbiana, que fue agredida violentamente en marzo, en su propia casa. La violencia discursiva se derrama en violencia concreta sobre cuerpos concretos. Vale recordar que en diciembre, apenas terminado el balotaje, una maestra fue golpeada en un colectivo acusada de lesbiana y feminista. También hubo agresiones contra clubes y bares de la comunidad Lgbtiq+; los videos de los patovicas de un local de comidas rápidas golpeando a dos varones gays circularon hace un mes por las redes. La crisis es asfixiante y no es sólo económica.

Hacer comunidad

Pamela y Roxana compartían la habitación desde hace un año y medio, Sofía y Andrea se habían sumado hace un mes. La dueña del hotel lo explica porque las habitaciones no están pensadas para cuatro personas, pero las chicas no podían volverse a la noche, no había colectivos o no les alcanzaba para el pasaje. Ella lo entendía, era transitorio. Rosa tiene casi 90 años y tenía cariño por las chicas como por la mayoría de sus inquilinos, incluso por el agresor, con quien solía conversar en la puerta de la habitación. Un hombre que trabajaba de mozo, hosco y taciturno, dicen los que lo conocieron. Para Rosa que sus inquilinas fueran lesbianas no era un problema, tiene además un inquilinato en Constitución. Dice su hijo, Pablo, que “jamás le preguntó a nadie su identidad de género”.

Hasta el momento de cerrar esta nota, no hubo amigues ni familiares que reclamaran los cuerpos de Pamela y Roxana. Sofía no recibió visitas de nadie que conociera previamente. Andrea, en terapia intensiva, tampoco. Se sostenían mutuamente y esa red ahora fue violentamente lacerada. El Estado intervino cuando Sofía y Andrea pidieron ayuda por haber sufrido violencia de género, fueron asistidas por un tiempo, hasta noviembre de 2023. Después se perdió el contacto con ellas. ¿A dónde acudirían ahora con el desmantelamiento creciente del Estado? Seguramente algo falló que no pudieron sostener el contacto con dos personas vulneradas, ¿no habría que mejorar el acompañamiento en lugar de eliminarlo?

El barrio está incómodo, las convocatorias se repiten, se trata de que nadie quede indiferente frente a un crimen lesbofóbico.

Andrea era, además, sobreviviente de la tragedia de Cromagnon, había sobrevivido ya a esa asfixia y ahora "está en coma, víctima de un ataque lesboodiante, y mientras tanto, un Estado ausente que le da la espalda: Andrea no es parte del padrón de víctimas que el Gobierno de la Ciudad elaboró en 2005..." escribió en un comunicado la Coordinadora Cromagnon. No recibió atención para su salud mental, tampoco tuvo una reparación económica. En esa lista de la que habla el comunicado hay menos de la mitad de les asistentes a ese recital que terminó en tragedia en el año 2004.

De inmediato, apenas conocidos los hechos, activistas y otres integrantes de la comunidad lgbtinb+ comenzaron a juntarse, las reuniones virtuales superaron la capacidad de cualquier plataforma para alojarlas; después se comunicaron a quienes no habían podido participar por falta de espacio virtual las acciones destinadas a acompañar y también a sensibilizar a la sociedad, a los medios, a sacudir la insensibilización frente a la crueldad. Las atacaron por lesbianas, pero este crimen de odio es un hecho político. Inserto en un marco institucional que hace del descarte una política de gobierno.

En esas reuniones de activismo, dolor compartido y agite, se retejió la red en torno a quienes sobrevivieron y siguen buscando reconstruir las trayectorias vitales de quienes fueron asesinadas.

A su memoria no se la va a llevar también el fuego.

El hotel, el barrio

Las cenizas del crimen del lunes pasado todavía flotan en el aire de la calle Olavarría, nadie puede dejar de hablar del tema ni de la puerta para afuera ni adentro del hotel Islas Canarias, comprado por Maria Rosa Correa en los 80 con la ayuda de la circular 1050. Ella es quien guía al equipo de Las12 para registrar las marcas del horror. Antes de abrir la puerta, se queda mirando el cartel pegado sobre la pared: “Justo Fernando Barrientos asesino”.

El hotel es una antigua construcción de la época dorara del barrio de Barracas, persiste como un lugar de personas con escasos recursos en una zona gentifricada que preferiría que se venda de una vez.

Es el día del paro, los negocios de la cuadra -que son muchos- están cerrados y en los tachos de basura quedan los restos de la convocatoria que se hizo para pedir justicia por Pamela y Roxana, por Sofía y Andrea.

En el primer piso del hotel hay cinco habitaciones, la de las chicas está al lado de la cocina y a unos pocos metros del baño. Todos los cuartos estaban ocupados al momento del crimen por personas que llevan al menos más de un año rozándose cotidianamente, en pasillos, baños, cocinas; mezclando olores y ruidos. En pocos metros cuadrados muchas personas, una radiografía de la vivienda en los barrios del sur de la ciudad.

“Yo con él hablaba un poco de fútbol, pero no mucho más”, dice uno de los vecinos del piso que vive allí junto a su esposa discapacitada desde hace 12 años. Se llama Miguel, fuma y se mueve de un lado a otro. Él lo vio a Barrientos minutos después de que prendiera fuego la habitación con las mujeres adentro: “Tenía una sierra en la mano y estaba como ido, después subió al segundo piso y no lo vi hasta que se lo llevaron en la camilla”.

Miguel repite varias veces que nada justifica lo que hizo Barrientos, trata de que quede claro, grabado, que no se malentienda y que no se crea que él “es un machirulo”. Se quiere despegar de ese insulto “porque nos vienen a escrachar a nosotros que no tenemos nada que ver”. Miguel hace malabares para explicar que el asesino era hostigado y que en algún momento él también había tenido algún cruce con las atacadas. Va y vuelve entre aclaraciones y afirmaciones: él nunca haría algo así. Y repite: “No justifica, pero yo le dije a Rosa que acá iba a pasar una desgracia”.

En el hotel algunos vecinxs llevan más de un año sin pagar y otrxs lo hacen al día, como Pamela y Roxana. “Ellas eran buenas”, dice Rosa que pasa muchos días en el hotel intentando que no se le venga abajo. “Esto es una tragedia”, se lamenta apretando la cruz que lleva colgada del cuello. Su nuera la corrige con amor: “No, no es una tragedia es un acto premeditado. Bueno, no sé si premeditado, pero tiene que ver con el machismo”.

La forma de nombrar el crimen como una desgracia o una tragedia es parte de la contradicción de Miguel y seguramente de muchos de los vecinos del hotel. Las cuatro lesbianas en una habitación compartiendo cama eran molestas, casi tanto como un hotel habitado por gente pobre en una cuadra de comercios y casas recicladas en el centro de la Barracas gentrificada. Los vecinos del barrio no quieren saber nada con que Rosa siga alquilando, les gustaría que lo vendiera y que el negocio inmobiliario completara la tarea. Pero Rosa se niega y entonces los vecinos tienen que esperar a que junte plata para arreglar las pérdidas de agua para que no se filtre a las casas que lindan con el hotel.

La mesa y la vajilla que compartían Pamela, Roxana, Andrea y Sofía en la habitación donde fueron atacadas.

Carlos es un vecino del segundo piso, cuando pasa por primera vez frente a las periodistas, señala el cuarto de Barrientos y dice que es a él a quien habría que prenderle fuego. Después vuelve y lo cita, es una frase que dijo cuando Carlos le comentó que había tenido una discusión con una compañera de trabajo: “Yo ni me molesto en hablar con una mujer”. Hace un silencio para que las palabras tengan efecto y después dice: “Ahí me di cuenta de que era un misógino”.

La habitación 14, donde vivía la pequeña comunidad de lesbianas está marcada por el horror, sin metáforas. Algunas cosas, pocas, quedaron intactas. La mesita con la vajilla donde compartían la comida, una caja de auriculares, no mucho más. En la calle quedó la cama que compartían, al parecer el miércoles a la tarde, la fiscalía Nro 1, a cargo de Susana Callejas, del barrio de La Boca, ya había hecho todas las pericias necesarias. Cuesta entenderlo, como cuesta entender que el dormitorio de Barrientos esté sin faja judicial, ¿no podría haber ahí algún elemento que ayude a dilucidar cómo pasó lo que pasó? La caratula hasta ahora es “Homicidio y lesiones graves”, ¿habrá una calificación por crimen de odio? Las preguntas están abiertas, tanto como la herida de un ataque mortífero sobre cuatro mujeres maduras -tres tenían más de 50 años, una 42-, atacadas por lesbianas, esa palabra que la vecina que habló en la pantalla de Crónica TV el lunes a la mañana no podía pronunciar.

Como dijo la poeta Macky Corbalán cuando se cumplieron dos años del asesinato de Pepa Gaitán, también asesinada por lesbiana en un barrio pobre del gran Córdoba: “Lesbiana, lesbiana, lesbiana, decirlo tantas veces como se calló”. Es así como seguiremos insistiendo.

.